Tyler estaba en la guerra, hacía ya unos dos años, Britanny
contaba los días desde su partida pero lo había estado esperando pacientemente
con la esperanza de que algún día volvería con la misma sonrisa deslumbrante
que la había enamorado. Él siempre le escribía cartas, le contaba algunas de
las cosas que había vivido en esas semanas, ahorrándose los detalles de las
cosas horribles que le había tocado ver, o de las nuevas cicatrices que se acumulaba
en sus brazos y en la espalda. No había un solo día en que no se pensaran mutuamente,
recordaban cada momento, cada risa juntos. Creían en su amor más que en ninguna
otra cosa, lo creían fuerte, indestructible, creían que su amor era el mejor,
el más apasionado y diferente al de los demás. Y así era.
Una tarde lluviosa después de dos años y 7 meses Tyler volvió.
Britanny estaba sentada junto a la ventana de su inmensa mansión, cuando diviso
a lo lejos la inconfundible figura de su gran amor, corrió desesperada, abrió la
puerta y cuando él le sonrió ella supo que no era un sueño, Tyler estaba ahí, había
vuelto para quedarse, y esta vez era para siempre.
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