27 mar 2018


Nos pasamos años buscando encontrar en los brazos de alguien nuestro hogar, ese hogar cálido donde nos sintamos amados, valiosos e importantes. Nos pasamos décadas intentando encontrar a alguien para compartir el camino más largo: la vida.
Pero que irónico pasarse tantas vidas buscando a ese alguien que nos haga amar más de lo que nuestra mente alguna vez pudo llegar a soñar. Es absolutamente irónico desear a ese alguien con todas nuestras fuerzas pero no poder reconocerlo cuando lo tenemos en frente.
Rechazamos al que nos busca, al que nos ama en silencio, al que nos mira como si fuéramos una piedra preciosa.
Valoramos al equivocado, al que lastima, al que nos mete en un círculo vicioso con nuestro permiso a nivel inconsciente.
Deseamos lo que no podemos conseguir, pero ignoramos lo que tenemos al alcance de nuestras manos.
Nos obsesionamos con los errores y volvemos a repetirlos hasta el cansancio, nos victimizamos sin tener empatía por ese alguien que en alguna parte, muy cerca nuestro, nos ama con el cuerpo y el alma, a pesar de que sin darnos cuenta, le sigamos rompiendo el corazón.
Que irónico no ver las oportunidades que nos da el amor, que irónico desear un final feliz pero no hacer nada para conseguirlo, que exageradamente irónico que nos quiera el que no queremos porque queremos al que no nos quiere.

Sólo en sueños.


Volví a soñarte con tu sonrisa iluminada, tus ojos chispeantes y tu tacto cálido. En cada sueño te tengo de la forma en la que nunca te tuve, me arriesgo por vos y concluye lo que queda pendiente cada día en la realidad. Después de tantos años, me parece increíble verte con tanta nitidez cuando estoy dormida, tu recuerdo nunca se vuelve borroso y mi mente crea historias perfectas en las que tu ausencia no existe. Sos un dulce masoquismo que inconscientemente vuelve a mí para recordarme que el único momento en el que te tengo es cuando mis sueños dibujan tu forma.
A veces me tortura pensar en que no voy a volver a verte, pero en los días buenos, cuando la esperanza hace presencia, me gusta pensar que el destino va a reunirnos, que nuestros caminos, en algún momento en el infinito, van a volver a cruzarse para que podamos terminar lo que nunca empezó.


Mi luna brillante, mi luz del día,  mi héroe y ángel protector. Mi primavera, mi religión, mi confidente y amante. Mi pedazo de cielo, mi guía, mi debilidad, mi hermoso amor.




Me gustaron tus ojos y también tu sonrisa, me gustó que supieras bailar y la pasión con la que hablabas de tu carrera. Me gustó sentir tu piel rozando la mía y la tonta idea de volver a encontrarte alguna vez.  Me gustó que te acercaras despacio y que te interesaras por conocerme, me gustó tu mirada intensa y profunda que hacía temblar mis esquemas y definitivamente me gustó tu descaro, tu picardía y tu seguridad. Algo tan simple e inmenso como conocerte, me gustó.