Sólo me sostuvo fuerte pero
suave a la vez, con desesperación y con calma. Su mano me secaba las lágrimas
como nadie lo había hecho, me daba paz en ese vertiginoso infierno borrando el dolor, la angustia y la desolación.
Sólo me sostuvo, como si fuera lo único que existía
en ese momento, acariciándome sin decir
nada, llenando todo con sus ojos profundos y
haciéndome sentir que no iba a dejarme caer otra
vez.
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