Cerraba los ojos para
concentrarse en sus propios latidos por sobre la música estridente que
amenazaba con volar los parlantes, bailaba suave, con elegancia y placer,
sintiendo como cada movimiento fluía hacia el siguiente. Miraba alrededor sin
enfocarse en nada en particular, sonriendo para sí, descubriendo con asombro la
magia de cada rincón. La música se detuvo un momento y las luces volvieron a
parpadear a medida que el volumen de la nueva canción aumentaba sin piedad, sin
embargo esto no fue la causa de que dejara de escuchar sus latidos, no,
definitivamente no lo fue. Fue su tacto. Su tacto sorpresivo, que le quemaba la
piel con apenas rozarle la mano. Una caricia suave, casi imperceptible que le
hizo contener el aliento por varios segundos. Y cuando creyó que no podía haber
algo más perfecto, sensible y puro que eso, él sonrió. Sonrió deteniendo todo
su mundo, haciéndole contraer cada uno de sus músculos involuntariamente,
hacerle perder la calma y al mismo tiempo encontrar la paz. Desde ese momento
ya ninguno bailaba solo, ya no escuchaban solamente sus propios corazones,
había mucho más. Había dos sonrisas y ojos centellantes que se prometían en
silencio futuros momentos que valieran la pena recordar.
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